Arrepentimiento
El arrepentimiento es uno de los primeros principios del Evangelio y es esencial para nuestra felicidad en esta vida y por toda la eternidad. El arrepentimiento es mucho más que limitarse a reconocer que se ha obrado mal; es un cambio en la manera de pensar y en el corazón que brinda una nueva perspectiva de Dios, de uno mismo y del mundo; implica apartarse del pecado y volverse a Dios en busca del perdón. Lo motiva el amor a Dios y el deseo sincero de obedecer Sus mandamientos.
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La necesidad del arrepentimientoEl Señor ha declarado que “ninguna cosa impura puede heredar el reino del cielo” (Alma 11:37). Nuestros pecados nos vuelven impuros e indignos de regresar y morar en la presencia del Padre Celestial; esos pecados también llenan de angustia el alma en esta vida.
Mediante la expiación de Jesucristo, nuestro Padre Celestial ha preparado el único camino para que seamos perdonados de nuestros pecados (véase Perdón). Jesucristo padeció el castigo por los pecados a fin de que seamos perdonados si nos arrepentimos sinceramente. Al arrepentirnos y confiar en Su gracia salvadora, seremos limpios del pecado.
Los elementos del arrepentimiento
El arrepentimiento es un proceso aveces doloroso, pero lleva al perdón y a la paz duradera. Por conducto del profeta Isaías, el Señor dijo: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). En esta dispensación, el Señor ha prometido: “Quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42). El arrepentimiento abarca los siguientes elementos:
Fe en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo. El poder del pecado es grande. Para librarnos de él, debemos volvernos hacia nuestro Padre Celestial, orar con fe y actuar como Él nos manda hacerlo. Es posible que Satanás trate de convencernos de que no somos dignos de orar y de que nuestro Padre Celestial está tan molesto con nosotros que nunca escuchará nuestras oraciones; ésa es una mentira. Nuestro Padre Celestial siempre está dispuesto a ayudarnos si acudimos a Él con un corazón arrepentido. Él tiene el poder de sanarnos y de ayudarnos a triunfar sobre el pecado.
El arrepentimiento es un acto de fe en Jesucristo, el reconocimiento del poder de Su Expiación. Sólo podemos ser perdonados bajo las condiciones que Él impone. Si reconocemos con agradecimiento Su expiación y Su poder para limpiarnos del pecado, podemos “ejercitar [nuestra] fe para arrepentimiento” (Alma 34:17).
Pesar por el pecado. Para ser perdonados, primero debemos reconocer en nuestro interior que hemos pecado. Si nos estamos esforzando por vivir el Evangelio, ese reconocimiento nos llevará a la “tristeza que es según Dios”, la cual “produce arrepentimiento para salvación” (2 Corintios 7:10). La tristeza que es según Dios no viene como consecuencia natural del pecado ni por el temor al castigo, sino que emana del conocimiento de que, por nuestras acciones, hemos desagradado a nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador. Cuando experimentamos la tristeza que es según Dios, sentimos el deseo sincero de cambiar y la voluntad de someternos a todos los requisitos para obtener el perdón.
Confesión. “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Para recibir el perdón es esencial estar dispuesto a confesar totalmente a nuestro Padre Celestial todo lo que hayamos hecho. Debemos arrodillarnos ante Él en humilde oración y reconocer nuestros pecados, confesar la vergüenza y la culpa que sentimos, y después suplicar Su ayuda.
Las transgresiones serias, como las violaciones a la ley de castidad, pueden poner en peligro la condición de miembro de la Iglesia de una persona; por lo tanto, se deben confesar esos pecados tanto al Señor como a Sus representantes del sacerdocio en la Iglesia. Esto se hace bajo el cuidado del obispo o del presidente de rama y posiblemente del presidente de estaca o de misión, quienes sirven como atalayas y jueces en la Iglesia. Aunque sólo el Señor puede perdonar los pecados, estos líderes del sacerdocio tienen un papel vital en el proceso del arrepentimiento. Ellos mantendrán el carácter confidencial de la confesión y ayudarán a la persona en el proceso del arrepentimiento.
Abandono del pecado. Aunque la confesión es un elemento esencial del arrepentimiento, no es suficiente. El Señor ha dicho: “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (D. y C. 58:43).
Se debe mantener la determinación permanente e inflexible de no repetir nunca la trasgresión. Si guardamos ese compromiso, nunca volveremos a experimentar el dolor de ese pecado. Debemos huir inmediatamente de cualquier situación peligrosa y si existe la posibilidad de pecar en cualquier circunstancia, tenemos que alejarnos de ella. No podemos permanecer en la tentación y esperar vencer el pecado.
Restitución. Debemos restituir todo lo que ha sido dañado por nuestras acciones hasta donde sea posible, ya sea la propiedad o la buena reputación de otra persona. La restitución voluntaria demuestra al Señor que haremos todo lo posible por arrepentirnos.
Vivir rectamente. No basta con simplemente tratar de resistir el mal o desechar el pecado de nuestra vida, sino que debemos llenarla con rectitud y participar en actividades que otorguen poder espiritual. Debemos sumergirnos en las Escrituras y orar a diario pidiendo al Señor que nos dé más fortaleza de la que podríamos obtener por nosotros mismos. En ocasiones, debemos ayunar para pedir bendiciones especiales.
Una obediencia total nos brinda todo el poder del Evangelio en nuestra vida, incluso mayor fortaleza para superar las debilidades; dicha obediencia comprende acciones que quizás inicialmente no pensábamos que formaran parte del arrepentimiento, como la asistencia a las reuniones, el pago del diezmo, el prestar servicio y el perdonar a los demás; pero el Señor prometió: “El que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D. y C. 1:32).
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